Alexandra Oprescu
Era una triste tarde de otoño, de esas en las que no sabes qué hacer, y te aburres un montón. David estaba en su cuarto, sentado en la cama, escuchando música y observando a través de la ventana cómo las gotas golpeaban el cristal sin cesar. No estaba muy atento, pues un montón de preguntas sin respuesta flotaban en el interior de su cabeza, haciendo que todo lo que lo rodeaba no tuviera demasiada importancia. De repente, a lo lejos distinguió una pequeña mancha negra que se movía muy rápido, y que finalmente se quedó quieta bajo un gran árbol del jardín (seguramente lo hizo para resguerdarse de la lluvia).
David, curioso por saber qué era, abrió la ventana, con la esperanza de poder descubrirlo, pero para su decepción, no lo consiguió, pues la lluvia era tan espesa que apenas se podía ver a 3 metros de distancia. Entonces, sin perder la calma, se levantó de un brinco de su cama, se puso el chubasquero y las botas y silenciosamente salió al jardín. No quería molestar a sus padre, que estaban viendo la televisión en su cuarto.
Mientras se acercaba sigilosamente, tropezó con una rama y se cayó al suelo, haciéndose un pequeño rasguño en la rodilla izquierda y empapándose por completo. Por culpa del ruido...
que causó su caída, la pequeña criatura se asustó y se escondió detrás del árbol. David, aún incorporándose se acercó y al ver qué era se emocionó y la cogió en brazos, para llevarla a su casa y enseñársela a su padres.
Mientras se quitaba el chubasquero y las botas, el ruido de los pasos de una persona adulta llegaba a los oídos de David, haciendo que se diera más prisa. Era su madre, que bajaba por la escalera, dirigiéndose a la cocina para beber un vaso de zumo. David aprovechó la ocasión para enseñarle a su madre lo que había encontrado en el jardín.
- ¡Mira mamá! - exclamó David, haciendo que su madre pegara un saltito del susto.
Su madre dejó el vaso de zumo encima de la mesa y se acercó a él.
- Ay...qué perrito tan tierno¿de dónde lo has sacado? -preguntó mientras le rascaba suavemente la cabeza.
- Del jardín, por eso está tan mojado...-contestó David poniendo cara de asco.
- No pasa nada, ahora traigo una toalla y el secador de pelo. Mientras tanto, sube a tu cuarto y cámbiate de ropa-le ordenó su madre.
- Vale...-obedeció él.
A la vez que iba subiendo las escaleras de dos en dos, se chocó con su padre, que seguramente, al escuchar tanto ruido, decidió bajar a ver lo que ocurría. Al ver al perrito, sentado en medio del pasillo pegó un grito que retumbó por toda la casa, a la vez que retrocedía dos pasos.
- ¡Ah, una rata gigante mojada!
Su esposa, que volvía del baño con la toalla y el secador, intentó tranquilizarle:
- No, cariño...es un perrito que se encontró David en el jardín, ¿a que es adorable?
- No, a mí no me lo parece. Mañana pondremos unos anuncios para saber de quién es. Yo no lo quiero en mí casa.- gruñó el padre, tranquilizándose. David bajó rápidamente las escaleras, sin haberse enterado de lo sucedido, pero al ver a su padre con la misma cara con la que permanece después de que su equipo haya perdido el partido de baloncesto, se dió cuenta de que no le hizo mucha gracia el asunto. Aún así, pensó, debo intentarlo.
- ¿Podemos quedárnoslo?- preguntó, a pesar de saber que la respuesta iba a ser NO. Sin embargo, los dos permanecieron en silencio, y las miradas de sus padres se cruzaron, haciendo que el pelo de David se pusiera de punta. Su madre cogió al perrito y le empezó a secar cuidadosamente, mientras su padre subía de vuelta las escaleras de mala manera.
Al día siguiente, como era Lunes, su padre tuvo que madrugar para ir al trabajo, y de camino, pegó algunos anuncios.
Hacía una semana desde que el perrito vivía en la casa de los Kensington, y Henrie (el padre de David) ya se había acostumbrado a Robby, al que incluso le habían puesto nombre.
Un día, Henrie recibió una llamada. Era el dueño dueño de Robby, preguntaba por él, y quería llevárselo de vuelta. Henrie aceptó sin apenas consultarlo con su familia.
Al día siguiente, nada más volver del trabajo, llamaron a la puerta y se lo llevaron. Cuando David volvió del colegio se puso muy triste, porque se había encariñado con él y le iba a echar mucho en falta. Pero a la vez comprendió que los dueños de Robby también lo echaron de menos mientra no estaba, y también que en la vida uno no puede tenerlo todo, por mucho que quiera.