miércoles, junio 9

UN ÚNICO DESEO

No hace mucho tiempo, en Inglaterra, vivía felizmente una familia.

Richard James, el padre, tenía 40 años y era notario. Lo que más le gustaba era hacer ejercicio, decía que le mantenía la mente despejada .Lo que menos le gustaba era recibir las facturas del teléfono de su esposa, Helen James .Ella tenía 35 años y le encantaba planchar ropa, de hecho, siempre que se aburría, lo hacía, ya que no trabajaba fuera de casa. Juntos tuvieron 2 hijos.

Matt tenía 16 años y jugaba a baloncesto desde los 8años.Actualmente juega en un equipo muy conocido. Sus estilos de música favoritos eran el rap y el hip-hop, y cuando no estaba entrenando, salía con sus amigos e iban a las discotecas con más ritmo de su barrio.

Su hermana pequeña, Miley, tenía 7 años y cuando cumplió los 8, sus padres le regalaron un cachorro de perro labrador, que apenas tenía 2 meses y al que quería un montón. ¡¡Ella siempre intentaba jugar con Yakee, pero él se pasaba el día durmiendo bajo la sombra de un árbol del jardín del chalet en el que vivían.

En el barrio en el que vivía la familia James, sólo iba gente durante las vacaciones, por lo tanto, Miley no tenía con quien jugar, ya que su hermano era demasiado mayor para jugar con ella.

Cuando llegaron las vacaciones de verano, la niña con la que solía jugar, se había ido a Alemania a pasar las vacaciones con el resto de su familia.

Miley deseaba tener una hermanita para poder jugar con ella a las muñecas, a mamá e hija, a peluqueras, etc...

Un día muy caluroso, Miley estaba muy aburrida, sentada en el columpio del jardín, balanceándose suavemente de un lado para otro, sin poder dejar de pensaren la cantidad de cosas que podría hacer, en todo el tiempo que había perdido aburriéndose. De repente, algo hizo que apartara la vista del torcido manzano en el que se estaba fijando desde hacía ya bastante tiempo. Era una especie de nube blanquecina que brillaba recorriéndole enorme jardín del James. La niña, curiosa, bajó de un salto del columpio y echó a correr detrás de sea nube tan misteriosa. Luego, fue reduciendo la velocidad hasta que acabó caminando muy despacio acercándose cada vez más para ver lo que era, y cuando se atrevió a tocarla, apareció un hada de lo más guapa que había soñado jamás. Era rubia, con el pelo ondulado, muy largo, tan largo que le llegaba hasta los tobillos. Sus ojos eran muy grandes y verdes y sus labios rojos como la rosa del rosal del jardín en el que estaban de pie, las dos, mirándose fijamente a los ojos, sin decir nada. Unos segundos más tarde, el hada le dijo que tenía que escribir en un papel azul los tres deseos que quisiera que se cumplieran, que tenía que doblarlo y envolverlo en un trozo de tela especial, de color dorado, que según ella, cuando volviera a entrar en la casa, se caería sobre la mesa de la cocina, que tenía que atarlo con un hilo de color rosa y finalmente, enterrar la carta azul envuelta en el trozo de tela y atado con el hilo rosa al lado del árbol que más le gustara de todo el jardín y esperar hasta el día siguiente. Después de explicarle con claridad todo lo que tenía que hacer, el hada se fue desvaneciendo lentamente, hasta desaparecer por completo.

Miley, todavía sin poder creer lo que acababa de ocurrir, se fue caminando muy despacio hacia la puerta trasera, pensando en los tres deseos que escribiría aquella noche.

Cuando entró, el delicado trozo de tela dorado cayó del techo y se posó como una mariposa encima de la mesa de la cocina, tal y como el hada se lo dijo. Ella lo cogió y fue subiendo poco a poco las escaleras que llevaban a su habitación. Cuando abrió la puerta, vio que su madre estaba quitando el polvo que se había acumulado encima de su ordenador y de las estanterías donde guardaba sus libros, sus álbumes de fotos, y algo muy importante: su diario. Lo cogió, se sentó en la silla del escritorio de la habitación situada al otro lado de la pared, lo abrió con la llave que siempre lleva colgando del cuello, y escribió lo que le había ocurrido aquella tarde. Después de cenar, Miley se retiró educadamente de la mesa, y subió a su cuarto. Al llegar, cogió el bolígrafo azul que estaba dentro del estuche que a su vez, estaba encima de la mesa sobre la cual solía hacer los deberes que la señora Harrinson mandaba cada fin de semana, y se puso a escribir, con buena letra, sobre un papel de color azul:

Querida hada, el único deseo que quiero que me concedas es bastante sencillo: quiero que mi perro, Yakee, hable y juegue conmigo.

Gracias, Miley.

Al acabar de escribir la breve carta, la dobló y la envolvió en el trozo de tela dorado, la ató con un hilo rosa y salió silenciosamente al jardín. Enterró la carta al lado del manzano que estaba mirando cuando el hada apareció. Le gustaba ese árbol porque era especial y diferente a los demás.

Después de enterrarla volvió a su cuarto y se acostó.

Al despertarse, nada más bajar de la cama, se acordó de mirar a ver si la carta seguía allí donde la había dejado. Nadie se había despertado de momento. Miley bajó las escaleras todavía perezosa y adormilada, salió al jardín, y vio que Yakee se acercaba corriendo hacia ella. Para comprobar si el hada le había concedido el deseo, se agachó, lo miró fijamente, y le preguntó si sabía hablar. A continuación, Yakee le contestó que sí, y le prometió que juntos vivirían unas aventuras inolvidables.

Alexandra Oprescu